El Autocastigo por los Sueños Interrumpidos
Por varios años me flagelé con la prohibición más cruel, me prohibí escribir, me quedé sin ese derecho porque el haber escrito no me llevó a donde debía llevarme, fui débil, me distraje, me acobardé y no seguí el plan que fue trazado desde el día que me descubrí a mi misma, a mi trabajo literario lo desprecié, y fue mediocre. Había fracasado y no me lo perdoné, y me castigué, no volví a escribir.
Empiezo a perdonarme, pero no fue fácil, varios años tuvieron que pasar sin que escribiera lo que veo, lo que se, lo que opino, lo que pienso, lo que siento, lo que quiero. Fue doloroso, es como si hubiera sido desterrada del club más exclusivo, o como aquella historia del hombre que se queda sin sombra. Fue como si me hubiera ido y hubiera solo quedado laquesefue, sin identidad, pero con nostalgia, con el dolor del animalito que se lame las heridas, heridas que no se cierran y sangran.
Empiezo a escribir, pero con miedo, con cautela, preguntándome si alguna vez volveré a escribir algo digno de leerse, algo que pueda valorarse desde cualquier ángulo, algo que pueda al menos gustarme a mi, y me pregunto si tendré que volver a desterrarme y huir a mi oscuro escondite donde tantas formas hay de torturarse y sin salidas de emergencia.
Empiezo a escribir, pero además me expongo, expongo mis sentimientos, miedos y deseos que se quedan desnudos ante los que puedan leer lo escrito en postura de autosuficiencia y desprecio, arriesgo mi dolorosa vulnerabilidad, que puede ser sin resistencia traspasada por la maldad y la intolerancia. Tengo miedo, pero sigo escribiendo, juntando palabras que tal vez no formen más que dolorosos trazos de una niña atormentada por los monstruos que tiene bajo su cama.